∴ Mente testaruda o Testa dura ∴
<<Yo, si no es por el café, no me levanto>>
<<Lo que me saca de la cama son mis tostadas con tomate>>
<<Qué sentido tiene levantarse por la mañana si no es para desayunar>>
Del mundo de los sueños me rescata una lucecita aromática y de sabor rico y reconfortante. Ese premio a tal grande esfuerzo está en la cocina.
Cuando me paro a pensar que la motivación primera de sacar un pie de la cama sea deleitar a la lengua, el sentido de la vida se me vuelve borroso.
Pierdo tiempo valioso de mi vida luchando contra el sueño, levantándome sin ganas, empezando el día sin motivación ni objetivo. Recompenso tal consternación con una retribución al paladar. He observado que mis papilas gustativas son unas malcriadas y unas caprichosas.
Y es que comer es uno de los mayores placeres de la vida. Y yo, que tengo el privilegio de poder hacerlo varias veces al día, disfruto más. Y también soy más esclava:
· Saltarme una comida me desata la ira.
· Cuando no hay lo que yo quiero mis papilas sublevan a la mente, o viceversa, el caso es que hay lío.
· No puedo trabajar bien, no puedo pensar bien, no puedo relacionarme bien.
¡Quiero mis tostadas con tomate y mi café!
Lo que da mucho placer, conlleva mucho sufrimiento en su ausencia.
Con todo esto no me refiero a las necesidades fisiológicas de nutrición, sino al hambre mental, a la ansiedad, al suministro de droga para nuestro cerebro. A la tremenda fuerza de las costumbres.
¡Se acabó! he sacado la fusta, seguiré disfrutando de este placer terrestre, pero ¡aflójame las cadenas, oh seso terco, vicioso y empecinado! deja de someterme y desviar mi camino a los múltiples oasis chocolateros.
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1ª Imagen: “La Voz”, Acrílico y pigmento sobre cartón, 15 x 30 cm, Berlín 2018.
2ª Imagen: “Tostada con tomate”, Ilustración con ceras y tizas sobre papel, Berlín 2017.
3ª Imagen: “Encadenada” (invertido), Acuarela y gouache sobre papel, 24 x 21 cm, Berlín 2020.
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A mí también me cuesta saltar de la cama, me ha costado toda la vida y tengo 74 años.
Pienso que no es cuestión de motivaciones o premios.
No me cuesta nada trasnochar y parece que también me cuesta meterme en la cama por la noche.
Son los ritmos circadianos de cada uno.
Unas personas nacen alondras y madrugadores y otras nocturnas o trasnochadores.
La sociedad parece que valora más a los madrugadores, por eso no solemos confesar que madrugamos con gran esfuerzo, al menos yo, que lo he hecho toda la vida.
Pues yo he debido transmutarme de lechuza a alondra, aunque cantase mucho mas cuando era lechuza…
De joven tenía que hacerme co-responsable de la puntualidad de mis hijos en la escuela. Era una alegre trasnochadora, convocadora, en días laborables, de amigos nocturnos, estudiante nocturna, cinéfila nocturna… y después de meter en la cama a los hijos, comenzaba mi devoción.
Pero la mañanas laborables, había que despertar a la hora adecuada para organizar una salida saludable, buen desayuno, ritmos suaves… para dejar puntualmente a los niños en el colegio y acudir al trabajo. Sin embargo fue durante mucho tiempo una aventura malograda diariamente. Ni siquiera el martilleo de la alarma repetitiva del reloj era capaz de hacerme tomar conciencia de mi responsabilidad.
Yo sentía que en la cama se producía un efecto de succión. Pareciera que un potente imán situado debajo me impedía el movimiento y era una lucha feroz por resistir las fuerzas de aquel vórtice. En fin, muchos años de lucha matinal descarnada… Salíamos sin desayunar, con mal cuerpo y enfadados todos.
Ya me decía mi madre que “nochecitas alegres, mañanitas tristes”, pero a mi no me entraba bien esa sentencia. Ya digo, ¡¡Cuántas veces llegaron los chicos tarde y malhumorados por la prisa..!!
Hasta que… mi pareja, a la sazón el padre de mis hijos, comprendió que tenía que levantarse lo suficientemente pronto para poder hacer el desayuno para los dos antes de poner en pie a la chiquilleria. Mano de santo.
Mucho antes de que sonase el despertador, me llegaba a la habitación el aroma del café recién hecho, y aunque remoloneaba entre las sábanas, sentia el impulso de seguir el rastro de ese olor maravilloso, iba sonámbula por el pasillo hasta encontrarlo en su máxima intensidad en la cocina. Ese olor me hacia ponerme en pié. ¡Hacia la cocina, mis valientes!
Allí me esperaban las tostadas con tomate recién rallado y aceite de oliva virgen… y a veces, encima del tomate, una rodaja de queso de cabra fresco del pueblo de Candeleda… Fue el mejor regalo para mis hijos, que por fin, tuvieron unos despertares amables y unos desayunos saludables. ¡Y todos tan contentos!